Primera Declaración de La Habana
Hace cincuenta años, estableció los derechos fundamentales de los pueblos del Continente y respondió a la agresión del imperialismo y sus títeres
Desde el triunfo de la revolución se nos atacó con desmedida furia diaria. Las voces amistosas o simplemente razonables, que surgieran en los Estados Unidos o en parte alguna de Nuestra América —que eran numerosas— serían silenciadas o perseguidas y calumniadas por los sectores más reaccionarios y poderosos del poder económico y político norteamericano. Quien examine la historia de la Revolución, desde sus primeros días, apreciará la intensificación y la malignidad de la acción norteamericana contra Cuba.
No hubo forma de agresión o sabotaje a la que no se apelara ni mentira que les pareciese excesiva. El desembarco de contrarrevolucionarios, el atentado terrorista, la agresión económica, la difamación periodística, las amenazas de toda índole, todo valía contra Cuba.
En aquel agosto de 1960, parecían dispuestos a volverlo todo contra nosotros. Desde marzo de aquel año, el Gobierno de Eisenhower había aprobado la preparación de la agresión armada que se llevaría a cabo en el 61, por Playa Girón. En días de julio y de agosto del 60 se llevaron a cabo atentados contra Fidel y contra Raúl.
Parte no pequeña de su infernal maquinaria era la utilización de la Organización de Estados Americanos. Fundada en la Conferencia Interamericana celebrada en Bogotá, en 1948, la OEA fue desde sus inicios, como lo habían sido sus antecesoras, instrumento de penetración y dominación al servicio de Estados Unidos. Integrada en aquellos momentos mayoritariamente, por gobiernos sumisos a la potencia norteña, incluso delincuentes del cariz de Trujillo, Somoza e Idígoras Fuente, que ofendían con su criminal poder a los pueblos de la República Dominicana, Nicaragua y Guatemala, respectivamente, y a todo el Continente.
Con tales elementos, amigos fieles de la gran potencia, la conspiración contra Cuba estaba asegurada.
Contra Cuba, en los días 22 al 27 de agosto de aquel año 60, se llevó a cabo la séptima reunión de cancilleres de los países del Continente. Ante los abiertos planes anticubanos, nuestro Canciller, Raúl Roa, tras denunciar aquel conciliábulo, se retiró. Los cancilleres aprobaron, mayoritariamente, como estaba previsto, lo que llamaron "Declaración de San José", de evidente manufactura imperial, condenando a la revolución cubana.
CUBA NO SE ATEMORIZARÍA NI GUARDARÍA SILENCIO
El dos de septiembre, convocada por el Gobierno Revolucionario, se llevó a cabo la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba que aprobaría la Primera Declaración de La Habana. Los cubanos, reunidos ante la imagen y el recuerdo de José Martí, condenaron en todos sus términos la llamada Declaración de San José. Y ratificaron, frente a la sumisión de los títeres imperiales, nuestra independencia y nuestro derecho a establecer y mantener relaciones con todos los países del mundo, nuestro reconocimiento a la ayuda que nos prestaba la Unión Soviética así como "ratifica su política de amistad con todos los pueblos del mundo y desde este instante en uso de la soberanía y libre voluntad expresa al Gobierno de la República Popular China que acuerda establecer relaciones diplomática entre ambos países".
Cuba así fue el primer país de Latinoamérica que reconoció a la República Popular China, a la que incluso se negaba, por Estados Unidos el derecho a pertenecer a la ONU.
La primera Declaración de La Habana relaciona los derechos fundamentales de nuestros pueblos y condena, expresamente, "la explotación del hombre por el hombre y la explotación de los países subdesarrollados por el capital financiero imperialista".
Después de la Asamblea, la Declaración fue aprobada por toda Cuba. La continuidad de los ataques originaría en febrero del 62, la Segunda Declaración de La Habana.
Cincuenta años después, el texto de una y otra revolucionarias declaraciones ha cumplido su tarea y mantiene la vigencia y el aliento de justicia con que lo aprobó nuestro pueblo.
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Fuente: EXCLUSIVO,
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